Era
un hombre, que deseaba fervientemente encontrar su paz interior, y la
estuvo buscando por muchos sitios, sin apenas éxito.
En
uno de sus largos viajes, llegó hasta un recóndito monasterio en
las montañas, y preguntó al abad:
―Quiero
hallar mi paz interior, ¿podría buscarla en este templo como
novicio?
―Por
supuesto que sí, ―respondió el abad.
Tras
un periodo de tiempo, se inició en la meditación y rezos del
monasterio, además de aprender a controlar la ira, el ego, la
envidia y todos los sentimientos negativos que dañan el espíritu;
pero esa, no era la paz que él andaba buscando.
En
otra ocasión, visitó a un anciano ermitaño, del que se decía que
era el hombre más sabio de todos los sabios, por haber logrado un
estado muy elevado de paz interior, y le preguntó:
―Deseo
encontrar mi paz interior, ¿puedo servirle como discípulo?
―No
tengo ningún inconveniente, ―dijo el ermitaño.
Y
después de algún tiempo con el sabio, el hombre aprendió a vivir
en armonía con la naturaleza, y se sintió cerca de su paz interior,
pero tampoco era la que él necesitaba.
Siguió
el hombre buscando, hasta llegar a un hospital de leprosos, donde
siempre estaban necesitados de manos para ayudar, quedándose unos
días a cuidar de los enfermos con las extremidades vendadas y
deformadas, encontrando allí lo que él buscaba: la paz que produce
ayudar a los contagiados y marginados, de los que nadie quería
saber, y que algunos se encontraban en el mismo umbral de la muerte;
así fue como el hombre descubrió su paz interior.
Moraleja:
Para
tener paz interior, hay que practicar la generosidad, la compasión,
y el amor
(anónimo).
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